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Semana 49: Día 338: Otro fondo de 50 km
En este último día de agosto hice un fondo de 50 km, siempre definido a último momento (como la vida misma). Estaba la duda de si correría 70, pero Germán estableció esa distancia, en medio de un fin de semana de trabajo y venta de pilas de cómics viejos.
Tengo algunas molestias en los pies que me preocupan un poco. No demasiado, lo suficiente como para prestarle atención y pensar alternativas. Creo que tiene que ver con el calzado y las plantillas, que las estoy por cambiar. Por las dudas, tomé un par de zapatillas más viejas pero más resistentes, a ver si cambiaba en algo. No cambió en nada.
Salí a las 6 de la mañana, apostando cumplir todo en 5 horas y estar a las 11 en casa, porque recibía gente que se venía a llevar cajas y cajas de historietas. Por suerte estamos golpeando las puertas de la primavera, así que el clima era ideal. Ni muy frío, ni muy caluroso, como para estar en remera y pantalón corto.
El calzado que llevé, mis viejas Puma Nightfox, me resultaron más cómodas que las Faas 500 (el problema es que es un modelo discontinuado). Las sentí más estables, aunque las molestias en el metatarso y en el tobillo izquierdo (cuando realizo ciertos movimientos poco habituales) siguieron estando. Me relajé todo lo que pude y corrí, que es lo que mejor me sale.
De nuevo decidí experimentar un poco con los límites y no llevarme mochila ni pinole. Quería tener el menor peso posible en la espalda. Llené mis bolsillos con pasas de uva y pan integral, y en el cinto hidratador metí dos caramañolas de agua que sumaban 500 cc. La idea era ir parando en algunas canillas y bebederos, teniendo esa ración encima como soporte. La vez pasada me había funcionado, y por suerte esta vez no fue la excepción.
Me gusta mucho salir en ese horario porque hay poquísima gente en la calle y se puede correr tranquilo. Nunca faltan los que vuelven muy alegres de bailar. Esta vez me gritaron “¡Vamos, Rocky!”, y debo confesar que es una bocanada de aire fresco que no te griten Forrest Gump.
Con el correr de las horas, mientras se hizo de día, las calles se fueron llenando de corredores y de gente que paseaba sus perros demasiado abrigados (ellos, no los perros). En la costanera de Vicente López estaban armando las estructuras de la Carrera Sustentable de Makro, 8 km que temí me entorpecieran mi entrenamiento a la vuelta. Nada me hubiese gustado más que la liberación del puente que desemboca en la cancha de River, pero la distancia no iba a llevar ese evento tan lejos. Una pena.
Esta vez hice un tiempo mayor que el fin de semana. No me sentía particularmente cansado, pero estas molestias en el pie izquierdo hacen que pise mal, y empecé a sentir un entumecimiento, como si estuviese a punto de acalambrarme. A eso se le sumó una ampolla en el dedo anular (¿se le dice así aunque no lleve anillo con la frecuencia de la mano?). Más el tobillo, se generaba una masa de tensión, así que me concentré en pisar “normal”, relajado, y no tensionarme. Fue lo más difícil de este fondo (así que podríamos decir que no fue tan complicado).
Volviendo desde San Isidro pasé por la Carrera Sustentable, pero como había empezado hacía 40 minutos, no pude mezclarme con la gente. Solo estaban los que caminaban la participativa, y vi correr a toda velocidad al cuarto de la general.
Todo venía según lo planeado, hasta que faltando 5 kilómetros sentí un dolor punzante en esa ampolla del dedo anular del pie izquierdo. Fue como si se reventase y mandara shocks de electricidad hasta el centro del cerebro. Empecé a preguntarme si necesitaba los dedos de los pies para correr, y si existía la posibilidad de cortármelos de una vez por todas. Sé de ultramaratonisas que se sacan las uñas porque igual se les van a caer… así que, ¿por qué no?
Decidí tomar un camino menos drástico y no parar. Sé por experiencia que uno se acostumbra al dolor. Frenar, por el contrario, hace que la molestia cese, y cuando quiero arrancar es mucho peor. Tuve, sin embargo, dos semáforos en rojo que me obligaron a detener la marcha, mientras insultaba al sistema automatizado del tránsito. En todo el recorrido frenaba para tomar agua, y ahora me tomé mis caramañolas trotando, volcándome un poco el líquido por la cara. Era preferible a parar.
Terminé el fondo en la esquina de mi casa, en 4:50 aproximadamente. Un ritmo muy bueno para el Espartatlón (sobre todo considerando las veces que paré y me tomé todo el tiempo del mundo para ir al baño y esas cosas). En la puerta del departamento me esperaban los muchachos que venían por las cajas de cómics, 10 minutos antes de lo previsto. Disimulé mi paso dolorido por la ampolla, les pedí disculpas por recibirlos todo transpirado, y pasé a recibirlos en mi departamento. Mi fondo había terminado.
Semana 48: Día 336: ¿Por qué todavía no me lesioné?
El listado de atletas argentinos que participaban de la Espartatlón era de 13 corredores, un récord. Consideremos el dato de que en toda su historia, la cantidad de mis compatriotas que la habían terminado era de 11. Si le sumamos el bendito promedio de finalistas, que ronda el 30%, se supone que solo cuatro la íbamos a terminar este año… con suerte.
Tuve una sensación muy extraña al enterarme de que uno de los inscriptos, y quien ya la había terminado el año pasado, se bajaba. Después otro por haberse lesionado. Más tarde un segundo relataba haberse hecho una tendinitis (en un relato que me puso la piel de gallina, con él tirado en un banco, llorando, cuando comprendió que no iba a poder correr en Grecia). Y se le sumó otro experimentado atleta que no iba a viajar por problemas estomacales que le hacían imposible correr y alimentarse correctamente (en esta brutal ultramaratón es clave).
Todos estos experimentados atletas, algunos finalistas en varias oportunidades, decidieron que su cuerpo no los podía acompañar y a un mes de la carrera anunciaron que se bajaban. La primera impresión es la de la compasión. Uno está en igualdad de condiciones, intentando juntar dinero de donde sea (con la dificultad que es para nosotros con nuestra moneda, muy débil ante el euro). Si la Espartatlón significa tanto para mí, para ellos debería ser algo similar. Me acuerdo las veces en que decidí no correrla (o que me dijeron que no podía hacerla), y fue duro aunque estaba a muchísimos meses de la largada. Hacerlo tan cerca de la fecha… es fuerte.
La siguiente sensación pasa a ser un poco más egocéntrica. ¿Por qué esto no me pasó a mí? Tuve lesiones que me dejaron sin poder correr en el pasado, pero no fue durante mi entrenamiento para la Espartatlón. Tampoco estaba yo haciendo el volumen que hacían algunos de estos “pesos pesados” del ultramaratonismo. Nunca llegué a correr 500 km en un mes, por más que sentí que tenía que llegar a los 800 km mensuales. Germán, mi entrenador, encaró el trabajo por otro lado, diferente a lo que compartían otros espartatletas. Me siento listo, a pesar de que no cumplí los requisitos “obligatorios” que recomendaban muchos finalistas (uno decía que si no corrés 100 km en menos de 9 horas, ni te molestes en participar).
Repaso entonces mis dolores. El metatarso todavía me molesta, no al nivel de antes, y estoy convencido de que es porque necesito cambiar de zapatillas. Lo mismo el tobillo izquierdo, que cuando hago progresiones o arranco en forma explosiva me molesta (una técnica de carrera que no voy a necesitar aplicar en Grecia, para nada). Después de mi último fondo me molestó un par de días el hombro izquierdo, como una contractura. Al día siguiente me contracturé el derecho. Creo que tiene que ver con el descanso (o la falta de él), y la obvia tensión de acumular kilómetros con un calzado inapropiado. Y las ampollas en los dedos chiquitos de los pies.
Todas cosas que no me van a dejar afuera de los 246 km de Grecia, y que tengo la esperanza de que se acomoden apenas me llegue mi nuevo calzado. Quizá Germán me cuidó lo suficiente para que no me exija de más, aunque estoy tirando fondos largos (el domingo me tocan 50 km nuevamente).
Confieso que me preocupa un poco que otros compatriotas experimentados se lesionen ANTES de la carrera… ¿qué nos queda cuando lleguemos? Supongo que es preferible “romperse” allá. La frustración va a ser la misma, dudo que haya consuelo para el que esté abandonando lejos de casa.
Toco madera. Todavía nada me hizo sentir que mi participación peligraba, y con inteligencia y cuidado, nada me va a pasar. No puedo decir que necesite “suerte”, porque eso ya sabemos que es algo que no existe.
Semana 48: día 333: Un fondo de 50 km
Bueno, en el entrenamiento de ayer no hice nada para estar descansado para hoy… así que me levanté a las 5:30 de la mañana, desayuné, preparé la ropa, mi comida y salí. Afuera me esperaba el frío más áspero del año.
Decidí seguir experimentando los límites. No por el clima, sino por la comida y lo que iba a llevar encima. El último fondo largo que hice, de 70 km, fue en día domingo y estuve solo, así que cargué con mi mochila todo lo que iba a consumir. El circuito que me armé contempla varias canillas y fuentes, así que el tema del agua estaba algo cubierta… solo llegué una botella con agua, que después iba reponiendo. Después me hice dos botellitas de pinole, y como intento solo usar envases de vidrio, el peso en mi espalda iba en aumento. También llevé pasas de uva, galletas de arroz y fainá. Hoy quise hacer todo lo contrario.
En lugar de llevar mochila me puse unos pantalones cortos con bolsillos con cierre. En uno puse cuatro rodajas de pan integral con mix de semillas. En el otro un montón de pasas. También me puse el cinto hidratador, el cual contenía el celular, las llaves, algo de dinero y… dos caramañolas (¡de plástico!) con 250 cc de agua cada una.
El plan fue ir hasta los bebederos, con mi propia hidratación como backup si entre canilla y canilla no llegaba. Y con una remera térmica de manga larga, guantes y un buff en la cabeza y otro en el cuello, salí. El frío se sentía: 4,5 grados de sensación térmica, gracias al viento que hacía. Pero con lo que llevaba de abrigo, y habiendo entrado en calor, no lo sufrí en absoluto.
Salí a las 6:15 de la mañana, con el objetivo de estar a las 11 de regreso, ya que venía gente a buscar cosas que había vendido. Hice mi recorrido habitual de Figueroa Alcorta, Costanera de Vicente López, el bajo de Martínez, y por San Isidro, en una canilla ubicada estratégicamente, pegué la vuelta. Evidentemente el no llevar mochila me ayudó, porque hice bastante rápido. Recorrí esos primeros 25 km en 2 horas 8 minutos. Nunca pasé sed, y cada 10 km, en lugar de tomar mi clásico pinole, me comía una rebanada de pan. Cada tanto masticaba unas 5 pasas de uva.
Cuando salió el sol la temperatura subió… dos décimas. Tuve 4,7 grados de térmica y recién en el centro porteño empecé a sentir verdadero calor por el abrigo que llevaba. Me saqué los guantes un momento, pero en ciertas avenidas se formaban unos túneles de viento que en un instante me congelaban las manos, así que decidí abrigarme y aguantarme hasta llegar a casa.
La vuelta no fue tan rápida como la ida, además de que empecé a sentir molestias en el metatarso y el tobillo izquierdo. Definitivamente ese es mi pie malo. No llegaba a ser un dolor que me hiciera sentir en riesgo, pero creo que modificó un poco mi pisada, porque se me contracturó el hombro del mismo lado. Me resultó tan raro, siendo que no llevaba mochila… pero faltando uno o dos kilómetros me empezó a molestar, a la altura del homóplato… y bueno, como todo, aguanté hasta llegar.
Terminé en 4 horas con 34 minutos. Como dije, la segunda mitad más lenta que la primera, pero así y todo debe haber sido uno de mis fondos de 50 km más rápidos. Creo que mis molestias son señal de que tengo que cambiar mis plantillas y mi calzado… estoy en eso, pero hasta que me lleguen no puedo correr descalzo…
El próximo fin de semana correría 70 km, y quizá sea mi último fondo largo hasta la carrera, porque en tres semanas se viene el viaje… y con cada día que pasa, entrenar se vuelve más complicado. Igual todavía sigo disfrutando de estos enormes esfuerzos, y me siento muy confiado para Grecia…
Semana 47: Día 328: Lo que no te mata, te fortalece
Semana 46: Día 321: Próximo fondo largo de 70 km
Este sábado me toca nuevamente un fondo de 70 km. Es probablemente la distancia máxima que haga de acá a la Espartatlón. Es increíble cómo en otras épocas esta distancia me parecía imposible, y ahora es simplemente un entrenamiento.
Quizá la distancia varíe. Voy a correr hasta Tigre y volver al Hipódromo, como para estar a las 9 de la mañana en San Isidro y engancharme con el entrenamiento de los Puma Runners. Eso me va a dar 50 km y supongo que ellos harán 20 km, o quedaré como un mentiroso.
Toda esta joda me obliga a salir de casa a las 4 de la mañana. Si tengo todo preparado de la noche anterior (pinole, ropa, etc) me podría levantar 3:30, desayunar y salir. Pero siempre me atraso. Como sea, voy a salir de noche y estaré las siguientes 5 horas solo, la calle y yo. Y algunos que salen de bailar, también.
Estos fondos voy a hacerlos sin música. En parte porque se me volvieron a romper los auriculares que me compré (los hacen muy frágiles a propósito), pero también porque no me quiero desacostumbrar a estar únicamente en compañía de mis pensamientos, tal como va a ser en la Espartatlón donde está prohibido correr con reproductores de música. Creo que es necesario tomar noción del tiempo y apropiarse de esa sensación. Si no, la perspectiva de correr una ultramaratón de 246 km te destruye mentalmente.
Haré lo posible por descansar, pero ya siento la presión del viaje, de las cosas que tengo que dejar listas antes de salir… posiblemente el vuelo de ida a Roma, el 17 de septiembre, sea lo primero que descanse como se debe. Me encanta viajar, es algo que me motiva muchísimo, pero a la vez me estresa horriblemente, y siempre que me voy me siento en falta por algo que no pude resolver antes de viajar. ¿Será esta aventura en Grecia la excepción? Lo dudo.
El tobillo no me está molestando tanto como antes, así que tengo la esperanza de que en este fondo no va a ser un problema. Correr tranquilo nunca me molestó, pero superar las 5 horas de pavimento es exigente para cualquier cuerpo, dolorido o no. Me enteraré de todo el sábado a la madrugada.
Semana 46: Día 320: Ese maldito tobillo
Con el correr de los años y los kilómetros voy descubriendo nuevos dolores, algunos en partes del cuerpo que rara vez me habían dolido antes. Ahora fue el turno de mis tobillos.
No recuerdo exactamente cuándo empezó, así que no podría decir qué fue lo que lo provocó. Posiblemente tenga que ver con el uso de la plantilla con realce que usé un tiempo y que me provocó fuertes dolores en el metatarso izquierdo. Como me duele el tobillo derecho externo y el izquierdo interno, deduzco que tiene que ver con una inclinación de mi cuerpo. También tengo la teoría de algún mal movimiento haciendo burpees, sumado a la fatiga de los entrenamientos.
Corrí la Adventure Race de Pinamar ya sintiendo estas ligeras molestias. No le di tanta importancia y durante la carrera no sufrí dolores, pero esta carrera de aventura es muy irregular y los pies bailan entre montículos de arena, piñas, raíces, pozos… es factible que eso haya empeorado algo previo. Lo cierto es que posterior a esta carrear empecé a sentir cada vez más dolores. El sábado pasado hice un fondo de 22 km antes de empezar el entrenamiento con los Puma Runners y descubrí esa molestia que tenía que ver con la rotación del pie y no con correr. Dependiendo de si apuraba el paso o pegaba un salto (para subir un cordón) el dolor aparecía o no.
En el entrenamiento hicimos abdominales, y cuando llegó el momento de saltar sobre bancos para trabjar cuádriceps, me di cuenta que un simple salto me hacía doler mucho, en especial el tobillo interno izquierdo. Ahí decidí guardarme y no seguir corriendo (después de todo ya llevaba 26 km encima). El lunes no fue diferente, la molestia estaba ahí. Correr no me dolía, pero esprintar y saltar hacía que el dolor aparezca y no se quiera ir.
Con el correr de los días fue cediendo, y lo que me tranquiliza es que el trote tranquilo no me afecta en lo más mínimo. Incluso probé un sprint y pude hacerlo sin problemas. Pero la sensibilidad sigue estando.
Nada de lo que me pasa me hace sentir que la Espartatlón está en peligro. Y sé que en el caso de que me doliese, correría igual. No sé en dónde está mi límite, pero el dolor del metatarso me dio bastante tolerancia al dolor. Estuve horas corriendo, acostumbrándome a la molestia, abrazándola. Me mantenía enfocado, cauteloso. Esto lo voy a encarar del mismo modo.
Si me cuido y no pego saltos ni hago un sprint explosivo, probablemente se vaya en unos días. A menos de un mes y medio de la carrera, nada me va a detener…
Semana 45: Día 314: Parado
Hace un tiempo que mi muela de porcelana se fugó y me dejó un incómodo hueco. Esto es una herencia de mi muela cariada, que con muchos años de azúcar y golosinas fui alimentando hasta que dejó una profunda marca en mí. Ese diente se agujereó, me hicieron un tratamiento de conducto, me pusieron una prótesis malísima y a los 15 años se salió. Aparentemente no suelen durar tanto, así que debería considerarme afortunado.
El tema con esta nueva muela es que hoy me calza en un momento donde estoy entrenando mucho, tanto en el gimnasio como en largos fondos. Y ya tuve una intervención donde sacaron todo lo que quedaba de raíz, que me dejó unos días sin actividad física, y ahora me pusieron un perno, que también me deja sentado en el banco.
Como siempre en estas situaciones igual fui a ver el entrenamiento de los Puma Runners, y sentí un poco de nostalgia al verlos tirarse al piso a hacer burpees, técnica de carrera y progresiones. Estaba en jean y zapatillas no aptas para correr, pero igual tenía ganas de largar todo y unirme a ellos. Es duro cuando la motivación está pero uno se tiene que guardar. Al menos esto coincide con el momento en el que empiezo a cuidarme y a bajar el ritmo de los entrenamientos. A poco más de un mes de viajar a Europa ya no queda mucho más por mejorar, es solo mantener y seguir avanzando con la estrategia de carrera.
Es curioso que un tratamiento para algo tan pequeñito como una muela tenga tanta secuela. Me cosieron y todo. El médico me dijo que tomara calmantes solo si dolía, cosa que por ahora no pasó. Sí tuve la leve sensación de tener dolor de cabeza, tan en esa zona que no pude evitar relacionarlo. Esta es la segunda intervención que me hacen, todavía falta que me saquen los puntos el martes y que me coloquen la prótesis… quién sabe cuándo. Pero ya pagué todo el tratamiento, así que espero que esto acabe pronto.
El sábado ya se levanta la veda y pienso ir a entrenar corriendo. Van a ser 22 km extra, además de lo que hagamos ese día con el resto del grupo. Me va a venir bien para calmar las ansias y recuperar el tiempo parado.
Semana 43: Día 297: Sigo en pie
Después de haber corrido 120 kilómetros, reconozco que me resultaba muy trabajoso caminar. Hacerlo lo hacía, pero no sin mucho esfuerzo y resistiendo el dolor. Me fui a dormir con un fuerte dolor de piernas… y me desperté once horas y media después casi como nuevo.
Nunca voy a dejar de sorprenderme cómo se adapta nuestro cuerpo. Antes me tomaba cuatro días dejar de sentir dolor en los cuádricep después de completar una maratón, ahora solo necesito una noche de buen sueño para reponerme de casi tres maratones consecutivas.
Hay molestias que siguen. El metatarso izquierdo, que no me complicó mientras corría, hoy pica un poco. El tobillo derecho también se queja. Pero es casi lo único. Hay un poco de contractura en la espalda, que por suerte ya se está yendo. Me pregunto qué procesos están ocurriendo en mi interior que no percibo ni veo. ¿Estará mi hígado recuperado? ¿Habrá vuelto la sangre a sus valores normales? ¿Seguiré en estado de alerta, con niveles elevados de endorfinas y adrenalina?
Hoy estoy yendo a entrenar. No creo que participe demasiado. Quizá con trabajo en el suelo, algo de abdominales, después de una entrada en calor tranquila.
También estoy para volver al gimnasio, si logro además acomodar la agenda. Pero me siento bien, cerca de recuperarme del todo, y eso renueva mi confianza en que puedo terminar la Espartatlón. Es cuestión de no aflojar y seguir avanzando.